martes, 29 de diciembre de 2009

Sin título

La niña del vestido azul ya no es una niña. Ahora es una vocecita encerrada en el cuerpo de una mujer adulta. Es... ¿cómo decirlo? Es alguien y no es nadie, porque físicamente no está; y da igual cuánto te esfuerces: no podrás verla. Pero yo sé que está viva. Yo la intuyo cuando sonríes con ese brillo en los ojos, cuando divagas sobre tonterías que en el momento en cuestión parecen de suma
importancia, cuando me sorprendes con una carcajada.
Esa niña es maravillosa. Y la mujer que la lleva dentro aún lo es más, porque sabe cuándo la niña quiere salir. Una niña así no debe dejar que apaguen su voz, por mucho que los adultos quieran hacerla callar.

martes, 8 de diciembre de 2009

…and Devil’s little sister suddenly felt happy

Y fue feliz porque de pronto no necesitó que le dijeran que la querían para sentirse bien. Simplemente se lo demostraban.

Aquella noche de calma, tras las tres caóticas anteriores, se dio cuenta de que lo único que necesitaba era que de vez en cuando le cogieran la mano al caminar, el ruido de sus pisadas acompañado por el de otras, que alguien la arropara con su abrigo, le colocara un cigarro entre los labios o frotara su nariz contra su mejilla.

Y comprensión, mucha comprensión; y risas, y cosas banales, y cambios en la rutina… y muchas otras cosas que, de pronto, habían tenido lugar a la vez.

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Love,

Kooooooooorrrrrn!!!!

martes, 1 de diciembre de 2009

Devil’s little sister

Antes no solían decírselo. Ahora, sí. Pero nadie intenta ir más allá y descubrir qué sucede cuando dice que la quiere.

Te quiero, lo sabes, sí, claro que lo sé, claro que me quieres; pero de pronto suena a método para hacer que se conforme con lo que le ofreces. Con que todo cambia y todo da vueltas, y unas cosas mueren y se regeneran y otras no, y algunas no llegan ni a nacer…. y quien más quiere que la quiera, la ignora sutil y descaradamente. Aún así, la quiere, a su manera.

…y cuanto más se lo dicen, menos lo siente.

Sí… todos la queréis a vuestro modo, supongo. El diablo se llevó la fama y para ella no quedó nada, nada más que la vaga ilusión de que alguien, alguna vez, le dedicara un momento.

Pero las ilusiones son tan frágiles...


sábado, 7 de noviembre de 2009

Violet

La tienda se vaciaba de humanos por la noche. Solía haber poca luz, hasta que los cochecitos encendían sus pequeños faros y se prendían las lámparas de las casas en miniatura. No solía escucharse el más mínimo ruido tampoco, hasta que las bocinas estallaban, las muñecas comenzaban a cantar, las marionetas bailaban y los juguetes a cuerda decidían que ya era hora de dar un paseo por su cuenta.

La noche, en general, era maravillosa para todos. Era el momento de diversión, esa chispa de libertad que debe hacernos crepitar cada cierto tiempo. Sin embargo, aquella noche había alguien que no era feliz en la juguetería de la esquina.

Se llamaba Violet. Violet Havok. Era un nuevo modelo del dueño de la tienda, el señor Derevko, un inmigrante ruso que conocía mejor que nadie el arte de crear juguetes y lo practicaba en aquel local desde hacía más de treinta años. Había creado a Violet hacía varios días, pero todavía no había conseguido detallar lo suficiente su sonrisa.

Violet necesitaba una, todas las muñecas la tenían. Era cuestión de encontrarla, el señor Derevko lo sabía. La comisura de los labios de Violet rozaba la perfección, excepto por una cosa: las niñas no buscaban muñecas serias, sino alegres; y el anciano no quería vender juguetes que no llevaran en la caja un poco de ilusión.

Así, Violet decidió resignarse a una nueva noche de llantos en su pequeño rincón del cuarto estante de la estantería del fondo. Una nueva noche de temor a no conocer nunca a los demás habitantes de la tienda y de envidia por no poder ser como ellos.

Y es que, realmente, Violet no era como ellos. Violet era distinta, y no porque nos empeñemos en ello, sino porque había sido humana. Tal vez aquello era lo que le impedía mostrarle su sonrisa al señor Derevko: añoraba su forma humana y no comprendía cómo había llegado a ser aquella muñeca de porcelana con tirabuzones rojos y vestido malva de cuadros. Sencillamente, no le entraba en la cabeza. Días atrás, Violet era una niña más en la escuela. Era de las primeras de su grupo y sabía exactamente a qué quería dedicarse cuando creciera. Ella no sería una madre más, como todas sus amigas, no se dejaría entrenar para serlo. Violet sería institutriz, o, incluso, profesora en una escuela importante. Profesora de literatura, sí: eso sería. O eso habría sido.

¡Pero no había forma de conseguir salir de aquel cuerpo! Violet se sentía pesada, sumamente pesada, y al mismo tiempo tan frágil como una diminuta bailarina de cristal.

A pesar de llevar poco tiempo en la tienda, ya echaba en falta a alguien. Se trataba de la señora Derevko, que había enfermado y no podía venir a traer aquellos pequeños y adorables trajecitos que traía siempre. Ya no cantaba al coser en la trastienda, ni atendía gentilmente a las madres que buscaban juguetes con sus hijos, ni a los niños que querían canicas, ni a los hombres trajeados que aparecían de cuando en cuando y se llevaban seis muñecas de una vez. Ahora sólo quedaba el ruido incesante de la sierra del señor Derevko, las lijas y otras herramientas con las que traería más matrioskas para el estante de abajo.

Violet posó sus ojos de cristal en un caballito que se balanceaba y trató con todas sus fuerzas de sonreír. Seguía sin conseguirlo. Si no sonreía, jamás la llevarían a ninguna casa. No podría ver crecer a los niños de verdad y enseñarles cosas que había aprendido siendo humana. Entonces escuchó un ruido.

Una matrioska acababa de abrirse en el otro extremo del estante, y de ella salió otra, y de esta otra más, y así hasta que Violet pudo alargar su bracito y tocar a la más pequeña de ellas. Todas estaban serias, pero en sus boquitas redondas se intuía la sombra de lo que podría ser una sonrisa.

- ¿Eres nueva? – preguntó una de ellas.

Violet asintió. No quería hablar con su voz de muñeca.

- Creo que está triste – susurró otra, seguramente a la de detrás.

- No estoy triste – refunfuñó Violet –. Estoy enfadada. No quiero ser una muñeca.

Las matrioskas pusieron cara de sorpresa. Violet quiso sonreír, jamás habría esperado aquella cara de una serie de muñecas de madera ordenadas y completamente quietas.

- Yo antes era una niña. Ahora estoy aquí y no sé cómo decírselo al señor Derevko.

La más pequeña de todas aquellas muñecas se dio la vuelta para que la de detrás se abriera, y cuando lo hizo de metió dentro de ella. Una tras otra, todas se recogieron. Cuando la más grande las contuvo todas, se alejó de Violet todo lo que el estante le permitía.

Violet no comprendía por qué se habían ido de pronto. Pero tampoco las necesitaba para hacer amigos allí, ¿no? Sólo tenía que moverse un poco. Se levantó con la torpeza de un bebé que comienza a dar sus primeros pasos, sintiéndose tan pesada y tan frágil como hacía unos instantes, y cuando quiso mantenerse de pie reparó en que la habían fabricado para ser una muñeca sentada. Iba a caer, irremediablemente, de espaldas. Y el hecho de que hubiera girado sobre sí misma no ayudaba: caería al suelo. Violet se despidió mentalmente de sus padres, de su hermano y de su nueva vida como muñeca.

Ya caía en picado cuando unos brazos de madera la sujetaron, alejándola de la estantería y del suelo.

- Tienes que tener cuidado – le advirtió una voz alegre en el oído –. Si no llegamos a estar cerca…

- ¿Quién eres?

- Me llaman Arlequín. Yo también fui un niño hace tiempo. Soy la marioneta más vieja de la tienda, ni siquiera estoy a la venta. Pero no te preocupes por nada ahora. Disfruta de la vista.

Violet abrió los ojos tanto como pudo, descubriendo que el aire no le molestaba. Su peluca cobriza era una estela brillante en el cielo de la tienda. Extendió los brazos en cruz, volando como un pájaro, intentando no preguntarse cómo Arlequín estaba consiguiendo aquello.

Pocas vueltas después, Violet reposaba sobre el mostrador, junto a la caja registradora. Arlequín la había soltado para ir a descolgarse de la lámpara: aquel era su truco.

- Tienes una sonrisa maravillosa – declaró la marioneta, volviendo con ella. Sus largas piernas de madera,  con la pintura algo desconchada, colgaban y describían formas en el vacío. Allá abajo se había formado un gran atasco entre coches de latón y carruajes de caballos.

- No es cierto. No tengo sonrisa.

- ¡Sí que la tienes! Estás sonriendo ahora mismo.

Arlequín señaló el espejo que había en la pared de enfrente, junto al que colgaban decenas de máscaras, Violet se miró. ¡Tenía una sonrisa! Y ni siquiera había sido necesario que el señor Derevko se la dibujara. Era pequeñita, ligeramente curvada hacia arriba, discreta. Pero ahí estaba.

De repente no importaba que fuera una muñeca. Ahora tenía una nueva vida entre carruseles y casitas de madera, cajas de música, máscaras y balancines. Y tenía un amigo con el que volaba colgando de una lámpara… ¿qué más podía pedir?

Para Violet Havok. Que nada borre tu sonrisa.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Fragmentos de una noche diferente

Dos voces, un sonido, tacones que tropiezan, un ruido constante y chispazos ocasionales. Ropa por todas partes, maquillaje, mucho Kurt Cobain, poco tiempo y el envoltorio de una tirita.

Disfraces, fiesta, alas de ángeles vivos, caídos y pícaros, diablesas, vampiros, enfermeras, niñas con pijamas manchados de verde…

Todo un mundo por descubrir y Madrid que se transforma la noche de Todos los Santos, un tipo con gafas de sol en un local casi a oscuras, risas, a mi amigo el de las gafas le encanta Guns N’ Roses, una camarera borde, una guardarropas argentina muy amable y todo esto en apenas cuatro metros.

Otro tipo apareció hace poco, uno realmente atractivo, me recuerda a alguien. Bailo con un bizcocho cerca de la pista y sigo sorprendiéndome de que la gente se pinte la cara de blanco leche para imitar a los vampiros, cuando su cuello está de un color piel caucásico estándar.

Añoro algunas miradas, algunas sonrisas y comentarios, alguna caricia que surge de pronto y algún beso instantáneo en la mejilla. Esos besos que nunca se sabe cuándo aparecerán ni de quién, pero que suben mucho el ánimo si los necesitas.

Las alas caen a mi lado, las recojo, las adoro y me las quedo. Alguien acaba de perder una ilusión, pero yo gano otra. No espero que las alas me ayuden a volar, para eso ya me valgo yo sola, además, me sigue quedando bizcocho.

Novias vestidas de blanco por la calle, una, dos, tres, miles; brujas y caza fantasmas, chicos vestidos de satanistas que te acercan una cruz y te dicen “ay, espera, ¡que la he cogido al revés!”…

…y entonces recuerdo una risa increíble, magnífica, malvada y peculiar en mi oído, una sensación de comodidad como pocas y la tranquilidad de saber que todo es real, y que por mucho que eche de menos algunas cosas tengo otras auténticas, verídicas y comprobables. No puedes conseguir todo lo que quieres, ¿no? Es algo a lo que te acostumbran desde pequeño, cuando tienes que elegir entre un Nenuco o dos Barbies… y aprendes que lo mejor es elegir las dos Barbies y ropa para el Nenuco que ya tienes.

Yo, esta vez, elijo la risa, los chispazos y las piernas que se mueven en la cama al ritmo de All Summer Long… ¿tú con qué te quedas?

Malditos niños que piden truco o trato… Cuando queráis, repetimos.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Escaletas, patos, piedras con formas raras.

- Love u!!

- Hate u!!

- I know ^^

Esta noche escribo para ti cambiando de tú por fin. Esta noche vuelvo a ser la de antes, la pequeñuela, esa que te resultaba mona con sus comentarios que casi tres años después aún recuerdo. Los recuerdo yo porque sé que tú no los vas a hacer si no te lo digo, porque “yo soy la de la memoria que asusta”.

Y llegado este punto no sé qué quiero decirte exactamente, así que improvisaré, como siempre hago. Porque no, yo no uso escaletas, eso es para expertos. Yo aún estoy en esa época de escritora egocéntrica que pierde muchas ideas por no apuntarlas… pero ya cambiaré. Algún día seré una mini-tú, que para algo eres el mejor mentor del mundo, de esos que dan uno o dos consejos gratis al día.

En serio, tengo tanto que agradecerte que no sé por dónde empezar. Te habrás dado por aludido ya probablemente con el vídeo. Sí, aquel vídeo que me enseñaste hace tanto tiempo, que yo escuché y que tiempo después he redescubierto por mis propias vías.

Probablemente también te hayas dado cuenta de que estoy dando vueltas para no llegar a ninguna parte, pero es que realmente sólo se me ocurren momentos sueltos que mencionar, momentos que nadie que esté leyendo esto entendería y que espero que nunca entiendan, porque son nuestros. Porque siempre serás la primera persona a la que le dediqué un texto, en aquella época en la que hablábamos horas y horas, tú soportándome con mis niñerías y yo contándote mis penas. Porque eres el único que se enorgullece con todos mis triunfos, por muy absurdos que sean… creo que últimamente te he dado varios motivos para estarlo, ¿no crees?

En fin, tras mi pequeño momento moñas , me quedan un par de cosas aún que decir. La primera es un tópico: espero que sigamos así mucho más tiempo, que eres el mejor y que “te quiero mazo, tío, pero mazo, y te voy a dedicar una canción…”. Venga, ya. Lo segundo que tengo que decirte es que imagino cómo debes de estar pasándolo esta noche, o cómo lo habrás pasado hoy, o mañana por la mañana, no sé cuándo exactamente… y te admiro muchísimo más al saberlo y ver cómo lo encajas.

-…

- Qué mona *risa malvada*

- ¿De qué te ríes ahora? ¬¬

Muak!!

PD: que sepas que aún me duele lo de Patito, espero que lo cuides como se merece XD

viernes, 23 de octubre de 2009

Rompiendo papeles

Falta de comprensión… externa. Sentimiento de culpa.

Comprensión (interna) de que el sentimiento de culpa, en este caso, es tan inservible como carente de fundamento: no he hecho algo malo, simplemente he cometido un error. Y hay una gran diferencia de una cosa a otra.

No sé hasta qué punto expongo datos de mi personalidad al decir que romper papeles me relaja, pero es cierto. El ruido del papel al rasgarse es simplemente maravilloso, es metáfora pura de la rabia que siento ahora mismo y sinestesia combinadas. Esa breve y poco intensa fuerza necesaria para que un papel sea de pronto dos, y luego cuatro, y luego ocho…

Quiero unos altavoces con sonido envolvente. Quiero escuchar cosas que una tras otra puedan sonar a muchas otras cosas, You know you’re right, Korn y Violadores del Verso, por ejemplo, y que vibren los cristales, que los vecinos me odien y días después me pregunten “¿Has estado sola en casa?”, que los pájaros de los árboles del parque emigren, que nadie se acerque a mi habitación ni me pregunte qué tal estoy, porque cuando estoy así, se me nota a la legua. Me encantan las enumeraciones, son casi tan relajantes como romper papel…

Quiero imitar a mi primo y romper un cuadro (uno que no me guste ya, o que no sirva, que tampoco quiero destrozar el mobiliario doméstico), no fracturarme el dedo pero sí romper mi reflejo en el cristal. Y que se calle de una vez esa voz que me dice que se me tiene que pasar, que me relaje un rato, que no es para tanto y que todo irá bien.

Pero da igual lo que quiera, casi nunca lo consigo… sólo consigo lo material, y ni siquiera eso. ¿Veis a qué viene mi afán por las compras? Todos esos pequeños caprichos (una falda, un peluche a mis 19 años, un bolígrafo de Campanilla) sólo tienen un fin: satisfacer por un momento esa sensación horrible de vacío que me llena, paradójicamente, que me invade y juega conmigo, que me acompaña ya como la soledad. Porque, como bien me dijo alguien en parte causante de mi estado actual, siempre estamos solos.

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He aquí un ejemplo de lo que suelo llamar “texto para desahogarme”. Uno de esos de los que hablamos SDK0 y yo el otro día: llegas a casa y parece que si no escribes te falta algo. Lo peor es que he empleado casi dos horas en él, lo que significa que no ha sido ni efectivo ni productivo, pero supongo que eso tampoco importa porque al fin y al cabo… estoy acostumbrada a tener que aguantarme.

Por mucho que penséis que no.

“No sé si me entendéis, joder, que no os enamoréis. Chicos y chicas, pillad esto porque lo recordaréis: que lo mejor es ir de flor en flor, pues no da dolor, y es que el que no guarda amor luego no guarda rencor contra sí mismo…” Kase O. Aunque no sea el tema central del texto, ésta es una frase sumamente práctica para quienes se atrevan a seguirla.

(Vídeo subido por PuraDrogaSinCortar)

“…y esta es una nueva letra hablándote de mí” Kase O, también, en otra pequeña frase que secunda la afirmación de un profesor mío: “Los blogs son lugares para gente exhibicionista que se habla a sí misma en Internet”. Uf, pues sí, y te quedas tan a gusto…

miércoles, 14 de octubre de 2009

Si tuviera que poner título a todo lo que escribo sin motivo…

…y, una vez más, consigues hacerme sonreír sin darte cuenta y sin que nadie más se entere. Y una vez más, dejo de prestar atención al mundo por ver si ahí, a unos metros de distancia, tú haces el más leve movimiento.

Por primera vez creo que no voy a arrepentirme de hacer cosas improductivas….

domingo, 11 de octubre de 2009

Los ojos que miraban: primera noche.

Isabelle miró la casa desde la ventanilla del taxi. Sabía que sus tíos la habían enviado allí por un buen motivo: debía ensayar incansablemente para su concierto de la semana siguiente.

Cogió el estuche con su violín y salió al camino de piedra. El taxista había sacado su equipaje ya; como si quisiera dejarla ahí y marcharse cuanto antes. Se comportaba como el cochero que llevó a Jonathan Harker a Transilvania. Isabelle echó una mirada más a la casa y se sorprendió a sí misma pensando que tal vez sí que vivieran seres extraños allí, y que el taxista había hecho muy bien en marcharse de allí en unos segundos.

Respiró hondo. El ambiente olía a lluvia, a tierra húmeda y a ganas de una sopa caliente. En cuanto deshiciera el equipaje se prepararía una.

La idea de pasar una semana sola en aquella casa era aterradora pero sumamente excitante. Tendría tiempo para ella, únicamente para ella, se acostaría tarde y se levantaría más tarde aún, y así podría aprovechar las noches para tocar su violín. El concierto era ahora mismo lo único que importaba: tocaría sola delante de todo un auditorio repleto de desconocidos.

La puerta de la casa era de madera maciza y era tan pesada que Isabelle necesitó ambas manos para empujarla. No podía ser sólo madera. La atravesó con su maleta, su bolso y el estuche de su violín, avanzó unos pasos y la escuchó cerrarse. Maldita corriente… iría a su primer concierto serio con la nariz roja y la garganta hecha papel de lija.

La casa era enorme, eso sí. El salón era como todo el piso de sus tíos, y los dormitorios de la planta superior eran dos veces como el suyo. Techos altos, balcones de piedra, pesadas y polvorientas cortinas de terciopelo.

Lo primero que necesitaba aquello era una limpieza a fondo. Pero Isabelle iba a estar allí una semana, y no podía perder el tiempo limpiándolo todo, de modo que decidió arreglar el cuarto en que dormiría, la cocina y uno de los baños. Ni siquiera limpiaría el salón, era demasiado grande y no pensaba pasar demasiado tiempo en él.

Tenía que haber en alguna parte un cubo, una fregona, una escoba. Algo. El pueblo más cercano estaba a tres kilómetros; no era demasiado pero desde luego no iba a desplazarse hasta él caminando por la carretera mientras anochecía.

Después del segundo piso, la escalera seguía subiendo. Tal vez arriba encontraría un trastero con cosas para la limpieza. La madera de los peldaños crujía bajo su peso, y a medida que subía el frío aumentaba. Qué extraño, se dijo, solía hacer más calor en los pisos superiores.

La escalera llegaba a su fin en un pasillo. Isabelle lo contempló desde abajo, el suelo era mucho más ancho que en el segundo piso. El pasillo, sin embargo, era estrecho, con un trozo de pared y uno de barandilla a un lado, y una pared con varios cuadros cubiertos con sábanas al otro. Isabelle prendió la luz, una única bombilla desnuda sobre su cabeza. Al fondo del pasillo había una puerta con una manivela plateada. El suelo era de moqueta allí arriba, sus zapatos no hacían ruido apenas al pisar. Isabelle se acercó a la puerta y la abrió: era un baño. ¡Un baño con un armario a un lado! ¡Por fin!

Había encontrado un cepillo de barrer, una fregona y un cubo pequeño pero útil. Sólo tenía que empezar a limpiar…

El silencio de la casa era perfecto para tocar el violín, tanto que Isabelle tenía más ganas que nunca de comenzar a ensayar. En cuanto pudo, cogió su estuche y se encaminó al que iba a ser su dormitorio. Además, aquel era su primer viaje sola. Se trataba de una casa vieja y polvorienta, sí, pero no por ello dejaba de ser una escapada dedicada exclusivamente a sí misma. Aquella semana no habría ensayos en el conservatorio, no habría ruidos de gente en los pasillos ni nada que pudiera molestar.

Comenzó a afinar el violín sentada sobre la cama. Necesitaría la silla del escritorio, seguramente sería mucho más cómoda.

El tono de llamada de su móvil sonó de pronto e Isabelle se levantó deprisa de la cama. Se oía muy lejano… buscó por el primer piso pero el sonido venía de más arriba. Del baño del tercero, seguramente; llevaba el teléfono en la mano cuando había subido.

Llegó a tiempo para contestar: era su tía.

- Hola, cariño, ¿ya has llegado?

- Sí… se me había olvidado llamar. He estado limpiando un poco y explorando la casa. Ahora iba a ponerme a tocar.

- ¿Te gusta? – siguió la tía, despreocupada - Estará todo muy sucio, eso sí, pero sólo por ser una casa tiene que ser habitable, ¿no?
- Claro que me gusta, tía. Es enorme y todo es… bueno, antiguo.

- En uno de los cuartos hay cosas de la abuela, por si quieres verlas. Y en su armario hay mantas, que te estarás muriendo de frío.

- Sí, un poco. El tercer piso debe de estar a cinco grados menos que el resto de la casa, ¿sabes? Pero bueno, no voy a subir mucho aquí, sólo hay un baño.

- No, no subas al tercer piso. Tengo que dejarte, cielo… me espera un montón de exámenes por corregir.

- De acuerdo, mañana te llamaré. Un beso.

- Descansa. ¡Y ensaya mucho!

Isabelle colgó el móvil y se giró hacia la escalera. Fue entonces cuando reparó en que había una puerta más en el otro extremo del pasillo. Se aproximó a ella, tiritando, y la abrió despacio. El chirrido de las bisagras dio paso a una sala enorme, que multiplicaba su espacio en todas direcciones: todas las paredes estaban recubiertas con espejos salvo la que Isabelle tenía frente a ella: ésa no era pared de ladrillo, sino un enorme ventanal de cristal desde lado a lado y del suelo al techo.

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Este es el primer capítulo de una serie de siete que estoy pensando, espero que os guste, os enganche o por lo menos os llame mínimamente la atención. Acepto sugerencias y, por supuesto, críticas ;)

lunes, 5 de octubre de 2009

Visual Poetry - ImageChef.com

Este es un fragmento de Apología de una sonrisa, llevo varios días buscando generadores de texto y este es uno de los más bonitos que he encontrado, es para hacer caligramas.

viernes, 2 de octubre de 2009

Más cosas nuevas

Bien, bien, bien, por fin pude ponerle una mascota al blog. Se llama Luxy y es un murciélago hembra, es decir, una murciélaga. Es adorable y si le pinchas se mueve. Por lo demás no hace nada, eso si, he descubierto que puede volar hacia atrás cual colibrí en plena primavera (ea!).

Y ayer tuve la necesidad imperiosa de adoptar a Oso, que si a alguien le hace ilusión proponerme un nombre más original se lo pondré, aunque Oso está bien porque según me han contado llamar a tus animales por el nombre del animal en sí es una de las cosas que más molestan a la gente según la Frikipedia.

Bueno, nada más por ahora. Tengo que aprender a organizar esto de verdad, separándolo por temas... pero eso será en otro momento.

Edito: chungawoman descubrió el otro día que Luxy no vive del aire... si pincháis en "more" sale una mosquita y Luxy va a por ella, le lanza un ultrasonido murcielaguesco y... a comer!!!

Una columna periodística


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Fragmento de un texto escrito hace no mucho tiempo. Haz click en la imagen para ampliarla.

jueves, 1 de octubre de 2009

¡Nuevo Look!

Ojos Grises ha cambiado, sí. No se me ocurre nada más que decir, estoy emocionada viendo la página que me ha pasado Neko; de hecho, se me han ocurrido ideas para algún blog más o para cuando me apetezca cambiarle la cara a este otra vez.

Sin más que decir, espero que os guste (aunque dos de vosotros ya me habéis dicho "el rosa palo me mata", o "es muy... tuyo", y qué puedo decir, es muy mío, sí, y adoro la nueva decoración). Además, una de mis niñas seguro que lo ama también. ¡¡¡Ay, ay, qué emoción!!! Le iré poniendo chorraditas varias para el disfrute del personal, como por ejemplo una mascotilla semejante al mono albino y divino de SDK0.

Y si os gusta lo que leéis, ¡comentad!

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Edito, 30 de octubre de 2009... como podéis ver he vuelto a cambiar la plantilla y los colores. Estos eran los tonos que buscaba inicialmente, a ver cuánto tardan en cansarme XD

miércoles, 30 de septiembre de 2009

La otra cara del dolor

Me sorprende la fragilidad con la que los buenos momentos se rompen. La facilidad que tenemos la mayoría de los seres humanos para desaprovechar oportunidades. Lo rápido que nos ponemos malos todos cuando llega el frío... y lo que nos cuesta recuperarnos de las heridas realmente profundas.
Me sorprende la precisión de cirujano que tienen algunas personas para retratar o escribir exactamente lo que sienten, pero aún me sorprende más cuando consiguen detallar algo que siento yo. Sobre todo el dolor. Utilizan un bisturí en forma de bolígrafo o incluso de teclado de ordenador, te seccionan justo donde más te duele y te sacan ese dolor, o al menos una parte de él, por pequeña que sea: basta con saber que alguien te comprende. La otra parte, permanece en su sitio.
Por suerte el dolor puede ser hermoso. Es impactante, o al menos lo es para mí, seguir viendo que hay muchas personas que lloran por cosas tan banales como el desamor. Obviamente, me impacta de igual manera ver esta misma reacción en mí. Pero ¿qué hay de la belleza de una lágrima rodando por una mejilla? ¿Y de todos aquellos suspiros lanzados al aire, sintiendo esa opresión en el pecho que todo el mundo conoce? ¿Por qué hay que callar? Sufrir es horrible, sí, y a veces puede ser hasta vergonzoso. Pero no deja de ser una señal de lo vivos que estamos. De cuánto necesitamos que alguien aparezca con su bisturí y nos opere… ¿acaso no es maravilloso curar ese dolor? ¿No lo es que alguien ame tanto a otra persona como para verse en esta situación? No sé, tal vez sea yo quien tenga una visión deformada de todo este asunto.

Hazme una señal de que me curarás, y moveré tierra y mar para seguirte.

Colour

Si todo fuera negro, no veríamos. Si todo fuera blanco, todo el mundo creería ver a su dios inmerso en una brillante luz, y el fanatismo crecería. Si todo fuera amarillo... tendríamos un constante dolor de cabeza. Si todo fuera rosa, mucha gente se arrancaría los ojos. Si todo fuera verde, aquello de que el verde es el color de la esperanza no se diría. Si todo fuera naranja, sucedería algo similar a si todo fuera amarillo, solo que algunos nos salvaríamos. Si todo fuera morado... no hay predicción para ello. Si todo fuera rojo, tendríamos un grave problema para encontrar la sangre que se dona. Si todo fuera azul, confundiríamos el cielo con el mar, las montañas con el cielo y, por tanto, las montañas con el mar, y nos volveríamos tan absurdamente locos como si todo fuera de cualquier otro color.

Y por mucha variedad que exista, nos empeñamos en hacer que el mundo sea sólo del color que más nos conviene.


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Este es un texto que escribí el 13 de agosto, no recuerdo muy bien con qué motivo... iba acompañado del spot de Sony Bravia, de cualquiera de ellos.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Apología de una sonrisa

Resulta sorprendente observar el bien que hacen una fila de dientes y unos labios ligeramente curvados hacia arriba. Tu sonrisa obliga a la mía a asomarse, a saludar abiertamente, a decir he nacido por fin. Porque las sonrisas nacen, sí. Nacen, crecen, se reproducen y mueren, como todo ser vivo. Nacen de una necesidad, la de alcanzar la felicidad por un instante. El primer indicio que se suele tener de que una sonrisa va a nacer es un pequeño hormigueo en el estómago. No obstante, no siempre aparece dicha sensación: hay sonrisas inesperadas, sonrisas que se convierten en carcajadas, sonrisas tan rápidas y fugaces que no viven apenas, y mueren cuando comienzan a crecer.

Lo maravilloso de las sonrisas es que poseen poderes curativos. Son contagiosas, generalmente, pero sus contagios no provocan dolor y muerte, sino sosiego, alivio para el que sufre. Mi filosofía cuando veo a alguien triste suele ser pedirle que sonría. Y casualmente siempre obtengo un rotundo “no” por respuesta, una mala contestación como “no me apetece sonreír”, “no tengo ganas”, o la que más me ha dolido de todas, “¿no puedes entender que no quiera estar siempre así?” (entendiendo por “así” una enorme sonrisa de las que no nacen porque no lo son, porque son falsos esbozos que nunca llegan a nada). ¿Creéis que no sé lo difícil que resulta sonreír cuando todo lo que quieres hacer es llorar? Yo suelo ser de esas personas que aparentemente siempre están contentas. Digo aparentemente porque, como se sabe, las apariencias engañan. La regla de oro que yo sigo me la dijo alguien a quien quise muchísimo en su momento, y que aún sigue siendo uno de mis apoyos: “Siempre hay algo de lo que reírse”.

Hoy, tres minutos después de darme una de aquellas contestaciones, he visto una amiga sonreír por la forma en que una niña de inmensos ojos azules se levantaba tras caer al suelo. La espontaneidad de las sonrisas es directamente proporcional al motivo por el que surgen, si bien es cierto que podemos forzar algunas más que otras. ¿Y qué es la fuerza sino magia? La magia reside en el hecho de que ver a una niña levantarse nos proporcione esperanza, de que cualquier pequeño detalle puede ayudarnos a resistir una verdadera tormenta. A mí, por ejemplo, me basta muchas veces con una sencilla mirada. “Incluso en la oscuridad se veía luz”, escribió Stoker, y yo me empeño en ver en esa frase mucho más que la mera descripción de un lugar, esa frase es un auténtico elogio a la esperanza.

¿Y acaso la esperanza no nos ayuda? Yo diría que sí. Si la esperanza es lo último que se pierde… hasta que la perdamos tendremos una razón para sonreír.

Si quieres, yo empiezo a sonreír por ti. Te abrazaré mientras encuentras tu motivo, y cuando lo hagas, sujetaré fuerte tu mano mientras nos contagiamos una y otra vez.

Para mis niñas, que lo necesitan.

Para el hombre feliz y la chica que sonrió al ver a la niña de los ojos azules.

...y, en general, para todo aquel que necesite ver esa luz en la oscuridad.