lunes, 17 de agosto de 2009

Enjambre

Sin darse cuenta, llevan ya callados casi diez minutos. A oscuras, excepto por el fuego. Las llamas son lo único que ven y que escuchan. Hasta que uno de los dos habla, él.

- Me alegro de que hayamos venido.

Ella asiente.

- Hacía mucho tiempo que no estábamos así, ¿eh?

- Así, ¿cómo?

- Así de bien. Se esta tan a gusto aquí, delante de la chimenea...

- Ah, sí. Se está bien, sí – dice ella, sin mucho entusiasmo.

- ¿Quieres más vino?

- No, gracias.

- Vale – concluye él. Al cabo de unos minutos continúa- ¿Te pasa algo?

- ¿A mí? No. ¿Qué me va a pasar?

- No lo sé. Tú sabrás.

Ella se encoge de hombros. Él gira la cabeza para poder verla, pero ella no le mira.

Quedan en silencio ambos de nuevo. Sólo se escucha el fuego, las llamas bailando, silbando, el crujido suave de la madera al quebrarse. Ese ruido es el único que los envuelve por completo todavía a ambos, como antes. De pronto ella se echa hacia atrás. Parece dormida, pero no lo está. Al momento vuelve a levantar la cabeza, se siente incómoda. El zumbido de las llamas parece un enjambre de abejas que se acerca y se aleja de la casa, a pesar de que la lumbre no es muy grande. Uno de los troncos se ha oscurecido casi totalmente, sólo queda un extremo que cae fuera del hogar. La llama más grande lo va recorriendo lentamente, lo debilita, se alimenta de él, engañándolo con su calidez. Los demás troncos, grises, aún no se han desecho y en sus restos todavía puede verse la forma que tuvieron. Mientras tanto, el enjambre no deja de zumbar, crujen los pedazos de madera, como flores que se quejan cuando las abejas se llevan su néctar.

En ese momento, o en otro cualquiera, el tronco que se ha oscurecido se rompe. Unas pocas ascuas casi apagadas caen fuera de la chimenea, ya no quedan llamas, ya no hay abejas, se han ido a buscar más flores. Ha amanecido y el sol se filtra por los cristales y atraviesa las cortinas del salón. Las brasas de la chimenea brillan, naranjas, aún encendidas, pero no hay resplandores azules y amarillos como antes. Ella tampoco está. Él la busca con la mirada desde la ventana, no la ve. Se gira de nuevo en busca del consuelo que le produce el calor de la chimenea, y entonces se da cuenta. Ella se ha ido a buscar néctar con las abejas.


***12/ abril/ 2007

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